LA ESQUINA: SON DOS ROSAS
Amigos: “Hay dos panes. Usted se
come dos. Yo ninguno. Consumo promedio: un pan por persona.” (Nicanor Parra). Mes
de Agosto, mes de playa, vacaciones y descanso, también de fiestas y baile.
Llegaran días, que tanta belleza, se termine. Por ello, me permito contaros una
bonita historia. “En ocasiones, utilizamos las flores para expresar un
sentimiento. El, entró enfurecido en su nueva habitación, ¡odiaba las
mudanzas!. Otra vez tendría que conocer las calles y hacer amigos empezando
desde cero. Se asomo por la ventana, observando la ciudad Apenas unos metros
otro edificio robaba la luz del día proyectando su opulenta sombra sobre el
suyo. Una de las ventanas del avaro edificio se abrió, y lo que tras ella vio,
lo arrebato de sus pensamientos; una hermosa muchacha, tumbada en la cama,
hablaba a su madre. Esta le colocaba bien su almohada. A pesar de la palidez
ésta irradiaba alegría. A su pelo lo envidiaba el oro y de sus labios alumbraba
un amanecer. De súbito, dirigió su mirada hacia él, y tras unos segundos
sonrió. El muchacho retrocedió escondiéndose, rehén de aquellos azules ojos, que durante la noche
soñó. Pasaron los días, y fue costumbre en él, arrancar una rosa blanca al
volver de la Universidad. Las cogía entre las verjas de un abandonado caserón.
Al llegar a su casa, se asomaba por la ventana tirando aquella rosa blanca.
Casi siempre caía a los pies de la cama de su secreto amor. Ella la recogía con
ansia y su faz se iluminaba, entonces llamaba a su madre, que la ayudaba a
sentarse frente al balcón. Consumían las tardes, entre risas y bromas,
disimulando sentimientos que destacaban a la menor ocasión, Cada vez que
arrancaba la rosa blanca, miraba de reojo, el rojo rosal de al lado: “Mañana le
daré una roja ¡para que sepa que la
amo!” pero jamás se atrevió. Una trágica tarde, cuando fue a entregar la flor,
encontró la cama vacía, y sentada en
ella a la madre llorando. Lo que la leucemia, profetizaba, al fin sucedió; la
muerte trepó por la esperanza hasta alcanzar la habitación. El entierro fue
silencioso y amargo, nadie se percató de la ausencia del muchacho entre tanto
dolor. Pero cuando todos marcharon el apareció. Preso del sufrimiento dejo una
vez más ahora al pie del nicho: “¿ Porque nunca te la di roja para que supieras
de mi amor?. Ya es tarde para decírtelo”. La rabia y desesperación lo dominó,
golpeó la mortuoria piedra con todas sus fuerzas para huir corriendo y no
volver nunca más. De haber mirado atrás, hubiera visto la blanca flor, teñida
de rojo por la sangre derramada por su puño. En ocasiones las flores nos
cuentan los suyos. FIN. Dedicado a Carmen propietaria de la pastelería A Ponte
de Sanxenxo, por ser lectora y suscriptora del Diario y seguidora de esta
sección. Gracias amiga, por ser así. Un saludo amigos. Saude e Terra. Fdo. Eduardo Rubianes Calvo
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